Si hay cubanos que de toda la vida han visto de cerca los cruceros, esos son los de Maisí. Los enormes buques blancos pasan tan despacio, y tan cerca, que casi se pueden tocar con las manos. Son apariciones en medio de la nada, porque esa zona del oriente del país es tan pobre que apenas se pueden contar casas, solo unas pocas chozas increíblemente sujetadas a la tierra.
Por donde pasan los cruceros hay un escenario sobrecogedor, muy cerca, que es un cementerio de náufragos haitianos; pero como los cruceros generalmente pasan de noche, solo se ven las luces del hotel flotante; se escucha la música tropical de las fiestas a bordo, el leve sonido procedente del cuarto de máquinas, las olas rompiendo suavemente en el casco de la nave, y se observan curiosos en la cubierta que dicen adiós. Solo quien sabe que debajo de todo esto hay un cementerio de náufragos –sin nombres, solo números y cruces de cabillas- es capaz de sentir en lo más hondo los contrastes de la vida.
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